“Nuestro rol como fondo de mujeres es movilizar recursos financieros para dar apoyo económico, técnico y político en la región y en la subregión, y contribuir a desarticular las narrativas hegemónicas sobre el medioambiente”.
Compartimos la intervención de Luz Aquilante, nuestra directora ejecutiva, en el panel La resistencia de las defensoras ambientales en América del Sur y las claves del financiamiento feminista, organizado por el Fondo de Mujeres del Sur (FMS) en la CSW66.
Buenas tardes a todas, a todes. Estamos muy contentas de participar en este evento sobre crisis climática y financiamiento feminista, en una jornada tan importante como lo es el Día Mundial del Agua. Un día en el que rendimos homenaje a un bien común vital para la humanidad, y cuyo acceso es un derecho humano fundamental, como ya han mencionado las compañeras.
Queremos hoy honrar la fuerza transformadora de los territorios, la fuerza de las compañeras que acabamos de escuchar, que resisten al agronegocio, a la minería, a la deforestación. Queremos también celebrar las propuestas distintas que ellas nos traen, frente a un modelo de desarrollo que es destructivo e injusto.
Nos parece fundamental sensibilizar en las problemáticas asociadas al acceso al agua segura de millones de personas de nuestro continente. En la región del Gran Chaco Americano, la puna y los humedales de Argentina, Bolivia y Paraguay, que es donde el FMS trabaja, se calcula que alrededor de siete millones de personas no tienen acceso al agua potable y al saneamiento.
Para nosotras, la justicia ambiental ligada a la justicia de género es una prioridad estratégica. Por eso, en el programa Liderando desde el Sur, trabajamos, entre otras áreas, la justicia climática. Esta es una iniciativa global más amplia que implementamos hace más de cinco años junto con otros fondos de mujeres de la región y que alcanza a más de 20 países de América Latina y el Caribe. También, tenemos un programa específico que implementamos desde hace ocho años, Fortaleciendo a las Defensoras Ambientales, con el que apoyamos a grupos de defensoras organizadas en Argentina, Paraguay y Bolivia.
En todos estos años, hemos estado en contacto directo con las problemáticas de los territorios, hemos aprendido sobre la visión integral entre el cuerpo de las mujeres y la naturaleza. Hoy, queremos honrarlas a todas ellas, a las mujeres indígenas, campesinas, rurales, afrodescendientes, urbanas que apoyamos con estas dos iniciativas.
Nosotras no hablamos de cambio climático, como si la causa de los problemas que atravesamos fuera la propia naturaleza o algo externo a las personas, hablamos de crisis climática y extractivismo. Hablamos de un paradigma de explotación y destrucción que causa todas las otras crisis que estamos atravesando.
El extractivismo en América Latina continúa siendo una amenaza para la sostenibilidad de los territorios, y las dinámicas que impone dejan cicatrices que son muy profundas, muy duras. Lo hemos visto en el cuerpo y en las vidas de cientos de miles de mujeres que estamos apoyando.
Como sabemos, los impactos de la crisis son mucho mayores en los cuerpos de las mujeres. Por el rol de cuidado asignado, están más expuestas a la contaminación, tienen que enfrentar múltiples enfermedades, malformaciones fetales, problemas en los partos.
También, las mujeres están expuestas a altos niveles de violencia en todos los ámbitos: en lo doméstico, en las rutas del agua (porque son ellas quienes caminan entre dos y seis horas diarias para recolectarla), y en lo político y social. Sufren criminalización por estar defendiendo el medioambiente y ser las guardianas de los ríos, los bosques, los montes y los suelos; se enfrentan a la pérdida de identidad cultural por desalojos en sus territorios y no reconocimiento de los saberes ancestrales, entre otra gran cantidad de injusticias que las compañeras nos fueron relatando.
Sabemos que todos los gobiernos de América Latina, algunos en mayor medida que otros, apuestan al extractivismo como una salida a la crisis sanitaria y económica causada por el covid-19. Se endeudan con instituciones financieras internacionales para insertar a la región en los mercados internacionales, y así van combinando los viejos extractivismos, como la minería y el agronegocio, con los extractivismos verdes, como la energía eólica, solar, y la producida por las hidroeléctricas y biocombustibles, que surgen anclados en la idea de producir energía “limpia” para reducir las emisiones de carbono.
Pero bien sabemos que estas modalidades explotan grandes extensiones de territorio. Los proyectos se instalan sin consulta previa a las comunidades, como es el caso del litio en Catamarca, tal como contó Luciana (Fernández, de Antofagasta Resiste). Esto no hace más que empeorar las cosas y agravar la crisis multidimensional que estamos viviendo como región.
En este contexto, nuestro rol como fondo de mujeres es movilizar recursos financieros para dar apoyo económico, técnico y político en la región y en la subregión, y contribuir a desarticular las narrativas hegemónicas sobre el medioambiente.
En estos ocho años hemos movilizado más de dos millones de euros para la lucha por el medioambiente y la justicia de género. Apoyamos a 71 grupos, entregamos 216 donativos. Llegamos a más de cuatro mil defensoras de manera directa y más de veinte mil de manera indirecta. Todo esto es un enorme esfuerzo para nosotras, pero sabemos que es poco, que hace falta más.
Con el programa Fortaleciendo a las Defensoras Ambientales trabajamos principalmente temáticas de acceso y gestión del agua segura, derecho a la tierra, soberanía y seguridad alimentaria.
Ante estos conflictos, a nosotras nos interesa visibilizar las diversas estrategias que están implementando las defensoras, como la construcción de aljibes y cisternas para recolectar agua, la reforestación con especies nativas, la construcción de calefones solares, la generación de redes y alianzas, el litigio estratégico y, sobre todo, la incidencia política, a nivel local y también acompañamos casos que llegan a nivel internacional.
Son muchísimas las mujeres que están resistiendo, que están planificando estrategias distintas a este modelo. Confiamos y queremos esos otros mundos posibles que miran la vida desde una perspectiva colectiva, que rescatan los saberes ancestrales, que respetan los tiempos de la naturaleza, las semillas nativas, los saberes locales.
Son ellas las que están liderando, las que están ahí, en la primera línea, resistiendo, atendiendo los casos de violencia cuando el Estado no está presente; haciendo ollas populares, huertas comunitarias, y todo lo que fueron contando las compañeras hoy.
Son esas miradas críticas las que a nosotras nos inspiran como organización. Sabemos que son luchas de poder muy desiguales y que requieren dinero, por eso nuestro rol principal es poder buscarlo en la cooperación internacional y también en el apoyo de donantes a nivel local.
Nuestra forma de apoyar es flexible, es feminista; son las mujeres mismas las que definen sus prioridades y qué quieren hacer en cada uno de los territorios. Buscamos realizar apoyos a largo plazo, porque sabemos cómo son estos procesos de lucha y que los apoyos de uno o dos años no resuelven nada. Necesitamos diez años de apoyo, y no hay donantes que nos apoyen ese tiempo a nosotras. Por eso, nuestro rol de buscar recursos es permanente. A este trabajo no lo hacemos solas, sino con las compañeras de otras organizaciones aliadas, hermanas, como la Fundación Plurales y el Colectivo Casa, porque entendemos que las redes son fundamentales para que esto se siga sosteniendo.
Creo que todo este panel ha sido una invitación a pensar diferente, a pensar en un cambio de paradigma y cómo lidiar de una manera más humana y más cuidada con las nuevas crisis que nos vendrán, porque seguramente vendrán.
Gracias a todas por estar, y por todo lo que aprendimos hoy, gracias.