“Nuestro camino está hecho de desafíos lanzados con hondas antiguas sobre el poder de turno, está abierto en el corazón de las selvas, en los territorios arrasados por las políticas extractivistas, en los lechos de los ríos y de las lagunas. Nuestra fuerza sutura los cuerpos heridos por la violencia patriarcal y racista. En nuestro andar sostenemos con tejidos rebeldes a los cuerpos que caen y los regresamos a la historia”.
Por Claudia Korol *
En estos tiempos de avanzada de las derechas conservadoras, patriarcales y neoliberales, los feminismos populares en todo el Abya Yala (como los pueblos originarios nombran en lengua kuna al continente americano) siguen de pie, cuidando la vida de las mujeres, travestis, lesbianas, identidades trans feminizadas.
Los feminismos populares cuidan cuerpos y territorios, comunidades, creando lazos en el andar, construyendo puentes que se entretejen y se fortalecen en las calles, como parte de las luchas de los pueblos.
Los feminismos populares pisan sobre las huellas dejadas en el barro y en la memoria, por otras compañeras. Los marzos nos traen las voces potentes de Berta Cáceres, de Marielle Franco, de Dilma Ferreira, de Alina Sánchez, de Gladys Marín, de Rosa Luxemburgo, de las compañeras detenidas desaparecidas y asesinadas por las dictaduras, de las trabajadoras textiles asesinadas en Nueva York, de las trabajadoras rusas que tumbaron al zar en una revolución muchas veces olvidada, de las niñas de Guatemala que denunciaron la violencia sexual de las redes de prostitución y trata, y fueron quemadas vivas en la hoguera de aquel horrendo Hogar Inseguro, de las mujeres kurdas que revolucionan la vida, y levantan ciudades de mujeres, la Jineology, como ciencia de las mujeres, y construyen piedra sobre piedra montañas de libertad.
Pisamos sobre esas huellas y sobre muchas más que recorren nuestro continente, para afirmar que nuestra genealogía feminista se abre camino en la historia de las mujeres trabajadoras, de las primeras huelgas realizadas contra el capitalismo patriarcal por las obreras organizadas, que tiene el fuego de la resistencia de las mujeres originarias y de las mujeres negras, contra el racismo, la esclavitud, la servidumbre, el colonialismo. Nuestro camino está hecho de desafíos lanzados con hondas antiguas sobre el poder de turno, está abierto en el corazón de las selvas, en los territorios arrasados por las políticas extractivistas, en los lechos de los ríos y de las lagunas. Nuestra fuerza sutura los cuerpos heridos por la violencia patriarcal y racista.
Los feminismos populares amasan rebeldía, siembran libertades. Son indígenas, quilombolas, negras, garífunas. Son feminismos crecidos en las “poblas”, las favelas, las callampas, las villas, los cantegriles. Son feminismos villeros, campesinos, piqueteros, de viejas y jóvenes, de brujas de todos los tiempos. Son feminismos que en las barriadas enfrentan los muchos modos de la violencia machista y de la justicia patriarcal. Son feminismos compañeros que dicen que “si tocan a una respondemos todas”. Son feminismos plurinacionales que denuncian la brutalidad con que se levantaron los Estados Nación y sus lógicas de acumulación capitalista, depredadora, saqueadora, contaminante, destructora de los bienes comunes y de la naturaleza. Reconocernos plurinacionales significa asumir la existencia de múltiples pueblos y naciones en cada territorio, y desconocer las fronteras impuestas por la colonización. Es también reconocer las distintas lenguas, identidades, culturas, con sus saberes, sabores, usos y costumbres, despreciando las jerarquías impuestas por la cultura hegemónica eurocéntrica, occidental, blanca, machista, racista, patriarcal y colonial.
Los feminismos populares son solidarios, son socorristas, son desobedientes, porque creen en la autonomía y en la capacidad de decidir sobre los cuerpos y proyectos de vida. Son libertarios pero no liberales, porque amasan la experiencia de la libertad desde la dimensión comunitaria y colectiva. Por eso las políticas de cuidado, de sanación, la valoración de una sexualidad no domesticada, la búsqueda de la alegría, el cuerpo atento al deseo, no regatean en el mercado de la posmodernidad. Se realizan a partir de la comprensión de que nadie sobrevive al margen de las luchas comunitarias y de las luchas de los pueblos.
Actuar en movimientos sociales, comunidades, experiencias políticas o culturales mixtas, presupone enfrentar las tensiones que provoca el patriarcado en nuestras formas organizativas. Pero estos feminismos no buscan ocupar ni ser una cuota del sistema de múltiples opresiones; capitalistas, patriarcales, coloniales, sino derrumbar al sistema mismo con las revoluciones que arden en nuestros movimientos masivos y plurales, y que ingresan como hormiguitas invisibles en cada casa, en cada comedor popular, en cada huerta comunitaria, en cada centro de trabajo, en cada corte de ruta, en cada asamblea, en cada espacio pedagógico, en cada medio de comunicación, en cada lugar donde transcurren las fiestas rebeldes del pueblo.
Los feminismos populares creen en la siembra colectiva de semillas no transgénicas. Semillas que crezcan y den flores y frutos para alegrar y alimentar, sanar y oxigenar nuestra existencia. Los feminismos populares buscan reinventar la comida, desde la experiencia de la soberanía alimentaria, reinventar el trabajo –productivo y reproductivo- desafiando las lógicas aprendidas de explotación, de división sexual del trabajo, de invisibilización de las tareas de cuidado.
La pedagogía feminista, la comunicación popular, la salud comunitaria, la autodefensa colectiva, son parte de una red potente de diálogo de saberes, donde nos vamos encontrando, deshaciendo dolores, pintando de sueños nuestros horizontes y tatuando de múltiples colores la piel de la rebelión.
Los feminismos populares acuerpan la rebeldía de las chilenas de la primera línea, porque allá se gesta un nuevo tiempo de insurrección, donde la Gladys Marín baila la cueca con la Macarena Valdes, con la Violeta Parra, con Pedro Lemebel y con las yeguas del apocalipsis. Acuerpan la resistencia en Bolivia, donde Bartolina Sisa trenza sus cabellos con Domitila Chungara, para proclamar un nuevo tiempo para las mujeres.
Los feminismos populares dicen en Honduras, en Brasil, en Paraguay y en Bolivia: “Ni golpe de estado, ni golpes a las mujeres”. En Venezuela gritan: ¡comuna feminista o nada! En Kurdistán escriben en las paredes: “jin, jiyan, azadi” (mujer, vida, libertad).
Sabemos, por las experiencias históricas, que sin feminismos no hay revoluciones profundas, verdaderas. Los feminismos populares nos encontramos en grandes citas plurinacionales, masivas, y también en los fogones de los caracoles zapatistas, en las comunidades mayas en resistencia en Guatemala, en los asentamientos sin tierra, en las casas de las mujeres, creadas con el esfuerzo cotidiano de tantas compañeras en los barrios de todo el continente.
Los 8 de marzo, junto a tantas otras compañeras, las feministas de Abya Yala decidimos parar al mundo, y mostrar en las calles la fuerza organizada que se vuelve marea o viento con nuestras energías. Migramos hasta los rincones donde la rabia no apaga el grito, para fortalecer a la compañera que abrazamos, porque su lucha cotidiana nos estremece. Nos sabemos fuertes caminando juntas, vociferando y susurrando nuestros deseos.
Cada 8 de marzo, hacemos un ejercicio de descolonización del poder patriarcal, que esperamos que vaya tomando ímpetu, hasta volverse un modo de estar en el mundo. Sin patrones, sin machos mandones, sin curas pedófilos, sin violadores acosando nuestras existencias, sin burócratas sindicales que disciplinen nuestras desobediencias.
Nos queremos libres como las mujeres kurdas en revolución, locas como las Madres de las Plazas, tiernas como las niñas que colocaron el pañuelito verde en sus mochilas, fuertes como las ancestras que nos acompañan, nos nutren y nos impulsan.
A veces nadie nos ve. Los patriarcas se ufanan porque creen que sus golpes nos han derribado. En esos momentos, nuestras energías están fabricando cimientos, plantando semillas, contando otros cuentos donde las brujas ocupan su lugar, para que el mundo cambie de una vez. Un día montamos en nuestras escobas y se alza una marea verde que arrasa e inunda los rincones más distantes. Sabemos que ganamos leyes, y lo seguiremos haciendo, pero más importante aún es que hacemos historia.
Nuestras revoluciones no son proclamas vanguardistas. Son impulso que crece desde lo que algunos creen retaguardia. Ahí tejemos, cocinamos, tramamos, empujamos, irrumpimos, abrazamos, impulsamos, defendemos, acuerpamos. En nuestro andar sostenemos con tejidos rebeldes a los cuerpos que caen y los regresamos a la historia.
* Claudia Korol | Docente, comunicadora y referenta del feminismo del Abya Yala