“Cuánto trabajo para…”: Por un primero de mayo encarnado

Foto de portada: Cobertura Colaborativa del 8M en Montevideo, Uruguay por Media Red

El primero de mayo puede ser una oportunidad de conmemoración, pero tal vez también de preguntarnos y resignificar viejas consignas, y de desafiarnos en la construcción de nuevas y nuevos sujetos sociales. Vivimos en un continente que estuvo y está atravesado por profundas desigualdades, agudizadas con los gobiernos dictatoriales y que hoy, en 2023 y después de la pandemia, nos encuentra revisitando el mundo del trabajo como un espacio privilegiado para repensarlas.

Por Carmen Beramendi (*)
Foto de portada: Cobertura Colaborativa del 8M 2023 en Montevideo, Uruguay por Media Red

Qué se conmemora, qué desigualdades están implicadas y cuáles nos disponemos a enfrentar

En mi experiencia vital tengo presentes muchos primeros de mayo en los que estuve involucrada activamente desde el movimiento sindical. Se concretaban actos, marchas y movilizaciones de distinto tipo para poner a punto las reivindicaciones de las y los trabajadores, y en las que el eje vertebrador era la defensa de los intereses de la clase obrera.

En 1983 hacían diez años del golpe de Estado que en Uruguay. Hubo 15 días de huelga general y ese acto memorable del 1 de mayo abría paso a las libertades democráticas levantando, entre otras, la consigna de la amnistía para los presos políticos. Se tejía una vez más la alianza entre las reivindicaciones de clase y las luchas por la democracia.

La dictadura en nuestro país había aprovechado la mano de obra femenina porque le resultaba más barata y porque carecía de experiencia sindical. Como contracara de esto, las mujeres irrumpieron al mercado de trabajo accediendo al ingreso propio y contaron con una experiencia de socialización que permitió avanzar en conocimiento de sus derechos, llegando a las luchas en democracia con otra conciencia.

Fotos: 1. Integrantes de MULINEC (Mujeres Libres del Norte Cordobés) en la visita de la Interbrigada Sierras Chicas; 2. Integrantes de la organización La Verdecita; 3. Intervención en la marcha por el 8M en Asunción, Paraguay (Foto de Milena Coral).

Recuerdo otro 1 de mayo unos años después, en el que habíamos logrado, con las mujeres organizadas en tanto tales, que la plataforma incluyera nuestras demandas específicas. Tenía que hablar por primera vez en un acto en un departamento del interior del país. Antes de subir al estrado, me paró un compañero de aquellas luchas y me preguntó, agarrándome del brazo: “de qué vas a hablar; te lo pregunto porque mi compañera cuando te escucha se pone insoportable con sus reclamos”. Hubo algo en el tono y en su gesto que me resultó incómodo pero tal vez quise creer defensivamente que se trataba de una broma. Un tiempo después, cuando supe que estaba denunciado por violencia de género (entonces la caracterizábamos como doméstica) comprendí más a fondo que la democracia no había llegado a todas partes y que en el mundo de las relaciones afectivas y de las organizaciones seguía predominando una estructura de poder patriarcal que atravesaba las vidas de manera diferenciada.

No era sencillo entonces ligar las determinaciones económicas con los impactos cotidianos en las vidas de las personas y sus modos de vincularse.

En las últimas décadas, el mercado laboral en nuestra región ha cambiado. Esta reflexión intenta ver algunas pistas de cómo estos cambios afectaron una vez más de manera diferenciada a las personas.

Me apoyo en apuntes del trabajo presentado por ONU MUJERES en 2017, titulado “El Progreso de las mujeres en América Latina y el Caribe- Transformar las economías para realizar los derechos”. Después de un período que se ubica entre 1990 y 2015, que se caracteriza como de prosperidad y consolidación democrática, nos invita a pensar cómo evitar retrocesos. Si bien los avances registrados por las mujeres de la región a lo largo de las últimas dos décadas fueron indiscutibles, persisten brechas no solamente entre mujeres y hombres, sino entre las mujeres mismas. Y esto último, desde el punto de vista del empoderamiento económico de las mujeres es lo que se analiza en el informe que identifica tres escenarios.

El primero habla de techos de cristal: refiere a niveles altos de empoderamiento económico con participación laboral del 72 por ciento. Estas mujeres enfrentan enormes brechas salariales por discriminación y segregación ocupacional, así como una mayor carga de trabajo doméstico y de cuidados que sus pares varones, aun cuando contraten servicios de cuidados en el mercado.

Otro escenario es el que habla de pisos pegajosos: se trata de bajos niveles de empoderamiento económico con 40 puntos porcentuales de diferencia de acceso al mercado laboral en relación con sus pares varones. Dentro de este escenario, 6 de cada 10 mujeres son madres antes de los 19 años, no terminaron la educación secundaria, tienen trabajos precarios y carecen de redes de apoyo o capacidad de manejo de recursos del mercado. El 40 por ciento carece de acceso a ingresos propios. Sin duda, como nos señalaba Juliana Martínez[1] en sus maravillosas clases, ellas las tienen todas difíciles.

El escenario de escaleras rotas es de un 58 por ciento de participación laboral femenina La caracterización de “escaleras rotas” refiere al escenario en que las mujeres están en el quintil del medio en ingresos y puede que hayan completado educación secundaria y terciaria. La tercera parte de ellas carece de ingresos propios y de apoyo estable en la organización de los cuidados. Ante cualquier shock personal, como un divorcio, laboral, como un trabajo que les exija dedicar los sábados, o macroeconómico, como una crisis, ellas caen; de ahí lo de escaleras rotas.

Estos tres mundos comparten la estrecha y desigual vinculación entre el trabajo remunerado y el no remunerado, así como la inelasticidad del tiempo masculino para cuidar: los hombres cuidan muy poco, independientemente de cualquier factor.

En relación a los cuidados, hay una realidad y es que todas las personas en algún momento precisamos de las demás. Yayo Herrero[2] nos habló en su pasaje por Uruguay en 2022 de que somos eco e interdependientes, necesitados de agua, de alimentos y de cuidados, y que el ser dependientes es un rasgo de la vida.

El asunto es cómo se distribuyen o redistribuyen las actividades, los tiempos y las tareas que permiten hacer sostenible la vida, de manera que decidir quién hace qué no se transforme en consolidar para las mujeres el rol de lo íntimo, de lo doméstico y para los hombres el rol de lo público disociados de la cotidianeidad.

Fotos: Intervención en la marcha por el 8M en Asunción, Paraguay (Fotos de Milena Coral).

Mas allá de las distintas posturas sobre el alcance de los cuidados, comparto con Miriam Wlosko (2021) su invitación a pensar y recuperar una idea central: el cuidado es un trabajo. Y de la mano de esta afirmación reconocer que ha sido históricamente desvalorizado, feminizado y racializado.  

Pensar los cuidados como nos propone Miriam Wlosko: como actividad “encarnada” en la que se pone el cuerpo. Ella le llama carnalidad viviente, trabajo vivo. Este es un trabajo que está feminizado y racializado, y por tanto interroga las relaciones sociales.

En 2018, Silvia Frederici nos alentaba a pensar cómo funciona el mercado laboral en el esquema de dos cadenas de montaje: una que produce mercancías y otra que produce trabajadores. Esto, se lo quiera o no, es el resultado de un proyecto económico y político que se apoya y retroalimenta con la división sexual del trabajo funcional al capitalismo y a la reproducción de las desigualdades; y estas desigualdades están fuertemente atravesadas por las pertenencias étnico-raciales, las inscripciones territoriales, las edades, las orientaciones sexuales y las identidades de género que se entrelazan tal como nos plantea y desafía la perspectiva de la interseccionalidad de las discriminaciones.

Las mujeres enfrentan obstáculos para su permanencia en el mercado de trabajo, vinculadas a las dinámicas familiares, las asimetrías de poder al interior de sus hogares, las persistencias de las violencias en sus familias y en los espacios laborales que son, tal como lo expresan los estudios de impacto del acoso sexual laboral, un factor determinante de la salida de las mujeres del mercado laboral.

Qué idea del trabajo se está resignificando con el aporte de las feministas y qué sujetos se alienta construir

Desde los feminismos se ha problematizado el concepto del trabajo, estableciéndose claramente los complejos límites y las conexiones entre el trabajo productivo y el reproductivo. Se ha ampliado la idea del trabajo empezando a reconocerse el valor del no remunerado y del uso del tiempo.

Cuánto de esto está presente en la caracterización de la fuerza de trabajo, cómo ver a la clase como una categoría dinámica que va cambiando. Si el trabajo de cuidados histórica y culturalmente asignado a las mujeres se valoriza como parte imprescindible de la reproducción de la vida y como trabajo, puede pensarse en la construcción de sujetas y sujetos que participen del mismo, con conciencia de sí y que pasen a la noción de conciencia para sí.

Será sin dudas con luchas en el espacio público, por políticas públicas que reconozcan y redistribuyan, pero también en el espacio privado: avanzar a una distribución igualitaria de los tiempos dedicados al trabajo no remunerado no será sin tensiones, la pandemia en esto fue una vidriera con espejos hacia adentro que acrecentaron las desigualdades.

Si el cuidado es un trabajo encarnado, tal vez haya un 1 de mayo en el que tenga otra centralidad, como resultado de la articulación entre las luchas de clase con las luchas feministas, las estudiantiles y las ambientales

Vuelvo a la canción inconclusa de partida: “cuánto trabajo para una mujer saber quedarse sola y envejecer”. Quiero soñar con el día en que los cantos sean otros.

(*) Carmen Beramendi. Consejera del Fondo de Mujeres del Sur, feminista, docente e investigadora de FLACSO Uruguay.

[1] Juliana Martínez Franzoni es doctora en sociología, catedrática de la Universidad de Costa Rica (CIEP, IIS y Escuelas de Ciencias Políticas) y premio George Foster de la Fundación Humboldt otorgado a trayectorias sobresalientes de investigación en el Sur Global. Se enfoca en el análisis comparado de la política social en América Latina.

[2] Yayo Herrero (Madrid) es licenciada en Antropología Social y Cultural, diplomada en Educación Social e Ingeniería Técnica; activista, investigadora y divulgadora de temas vinculados a la ecología, economía social y desarrollo sostenible.

Referencias

Federici, S. (2018) “El patriarcado del salario: críticas feministas al marxismo”, Madrid, Ed. Traficantes de sueños.

Miriam Wlosko (Ed) Aurélie Damamme, Helena Hirata, Pasale Molinier (Coord): “El trabajo, entre lo público, lo privado y lo íntimo/ Comparaciones y desafíos internacionales del cuidado” IBSN 978-987-4937-95-7, Buenos Aires.

ONU MUJERES” El Progreso de las mujeres en América Latina y el Caribe- Transformar las economías para realizar los derechos”.