Conseguimos que nos lleven agua a las comunidades; no teníamos ni para tomar, menos para las hortalizas. Llevarán dos viajes de agua por semana, no es suficiente pero es un avance, antes llevaban sólo dos veces al mes.
Las palabras, llenas de alegría y sensación a victoria colectiva, pertenecen a Yobana, integrante del grupo de mujeres de la APG Zona Yaku-igüa (término Guaraní que significa “lugar donde toman agua las pavas-aves”), Bolivia, ciudad y zona limítrofe con Argentina. “A” por Asamblea, “P” por Pueblo, “G” por Guaraní. El resto de las letras del abecedario resultan insuficientes para caracterizar todos los derechos que les faltan –tan básicos como el acceso al agua para consumo humano- y todo el compromiso que les sobra.
Yeroviarenda es una de las 22 comunidades que menciona Yobana y que integran la APG de Yaku-igüa.
Pocos son los kilómetros que la separan de la ciudad de Yacuiba (apenas nueve); muchas, las contradicciones con las que convive.
Una: la comunidad está a escasos metros de la Planta de Separación de Líquidos Gran Chaco, la tercera planta más grande de América Latina en la producción de gas licuado de petróleo y gas natural. Pero a sus habitantes no tienen gas en sus hogares. Sí les llega la luz, el humo y el calor de la planta cuando, en plena producción, quema el gas que luego exporta. En esas ocasiones, las noches parecen de día y a sus habitantes, según cuentan ellos mismos, les arde la nariz y los ojos, también tienen vómitos -en especial los niños- y otras afecciones.
Dos: el pueblo guaraní ha vivido históricamente de sus actividades agrícolas. Pero antes de que el grupo de las mujeres de la APG de Yaku-igüa solicitara con insistencia una respuesta a las autoridades estatales, el agua que llegaba a las dos cisternas comunitarias de Yeroviarenda -y a las de otras comunidades guaraníes de la zona- ni siquiera alcanzaba para el mínimo y necesario consumo humano.
Supervivencia
La postal en el lugar es una constante: mujeres que acercan a esas cisternas, se agachan para alcanzar la canilla y cargan en los recipientes que tengan a mano el agua que van a consumir luego en sus casas. No pueden desperdiciar ni un poco: un grifo con agua corriente en sus cocinas y baños es un lujo que solo pueden vivenciar fuera de su comunidad.
El agua que les llega es insuficiente, tanto para dar de beber a los animales –gallinas, patos- como para regar la pequeña parcela de hortalizas que trabajan de manera comunitaria. No se trata de grandes extensiones agrícolas: apenas un lote de 9 por 25 metros (225 metros cuadrados) es la parcela donde las 24 familias de Yeroviarenda tratan de producir lo que consumen: repollo, acelga, espinaca, remolacha, tomates. “Cuando nos quedamos sin agua, una vecina, que tiene un pozo de agua, nos regala dos o tres baldes”, cuentan desde el lugar. Claro que apenas alcanza para tomar, aunque no estén seguros de que se trate de agua potable. Entonces, las verduras se secan y el trabajo para producirlas se pierde por siempre.
“Lugar de la alegría”
En la audiencia con autoridades estatales para plantear la necesidad de agua de las comunidades, participaron las mujeres de la APG de Yaku-igüa, en especial su equipo de comunicadoras, que reciben apoyo financiero y técnico desde el Fondo de Mujeres del Sur a través del Programa Fortaleciendo a las Defensoras de Derechos Ambientales en el Chaco Americano. El programa fue diseñado y es ejecutado junto a Fundación Plurales y el Centro de Capacitación e Investigación de la Mujer Campesina de Tarija (CCIMCAT) con fondos de Unión Europea.
“Es la primera vez que recibimos apoyo financiero como mujeres del pueblo guaraní”, cuenta Adriana Cáceres. “Yeroviarenda” es una palabra guaraní que en español significa “lugar de la alegría”. Como dice Yobana, los resultados de la audiencia no son suficientes, pero sí son enormes. Tanto, que aproxima a las 24 familias de la comunidad a vivir acorde al nombre que las hermana.