Beatriz Ramírez Abella, nueva consejera del Fondo de Mujeres del Sur, es uruguaya, afrodescendiente, feminista y activista fervorosa. Se define a sí misma como una luchadora de todas las luchas. En su vida, tomó ese compromiso: asumió la lucha de clase, raza, género; desde los movimientos y desde la política partidaria. “El eje fundamental está en el acceso al poder”, afirma Beatriz, y define a esa batalla como ideológica, inclusiva de todos los sectores que viven formas de discriminación, de dominación y de exclusión. “Es un asunto de coherencia”, resume, y ofrece para graficarlo un axioma simple y contundente: “Una no puede cuestionar ser discriminada y después tener una práctica discriminatoria hacia otras y otros”.
En esta entrevista, conversamos con ella sobre sus aprendizajes, su vida, la política y el activismo. ¡Es un orgullo darle la bienvenida a nuestro Consejo Directivo!
Solés hablar de tu infancia y los aprendizajes que conservaste ¿Nos contás?
Nací en el 56, me crie en los 60, en una familia pobre, trabajadora, y con una conciencia de clase, social y comunitaria muy potente.
Mi papá era un hombre de izquierda. Recuerdo que se cruzaba a charlar con un saxofonista del barrio, que les mostraba a él y a mi tío fotos de la revolución cubana. Mi mamá, aunque las madres de esa época estaban atravesadas por los mandatos de género, tenía un perfil ambivalente, de acatar, pero también de pelear. Y nos trasladaba ese espíritu de independencia a nosotras, sus hijas.
Yo siempre resumo las particularidades de mi familia con esta síntesis: las familias negras tenemos históricamente una tradición de celebraciones y de fiestas, en las que el canto expresa todo un sentir. Mi familia tenía como ritual cantar dos canciones: un tango que hablaba sobre la "piqueta fatal del progreso", que refería a la caída del muro de Barrio Sur, en el que habían nacido mi abuela, mi padre, mi tío. La canción contaba cómo la modernidad llegaba al barrio, y la nostalgia inevitable frente a los cambios. La otra que se escuchaba en mi casa era la Internacional Socialista. Mi mamá y mi abuela, si bien no cantaban, se hamacaban con los pies, y mi papá y mi tío la entonaban con mucho énfasis.
Yo siempre digo que mis valores, en tanto feminista, antirracista, luchadora por transformar la sociedad, nacen en mi casa. Luego toman un marco, un discurso o relato más desarrollado, pero nacen en mi casa, en mi familia, en un momento crucial para Montevideo y para América Latina.
Estuviste vinculada a la fundación de Mundo Afro, una pieza clave en la lucha por los derechos de personas afrodescendientes y negras en Uruguay, ¿cómo fue ese proceso?
En la época de Mundo Afro, andaba por los treinta años y era una activista. Una activista que iba construyendo una conciencia racial frente a la realidad. Trabajaba con proyectos sociales, porque fui estudiante de Trabajo Social, y tenía una fuerte postura ante las realidades de las poblaciones más pobres. Sobre todo, de las racializadas. Para ese entonces, yo ya tenía una conciencia en sí y para sí, o en mí y para mí sobre mi condición racial, y buscaba respuestas que tuvieran que ver con aspectos más colectivos, más estructurales.
En el año 89 aparece la revista Mundo Afro, y Homero Rodríguez, que era el director, me invita a escribir sobre la situación de las mujeres negras. Mi primera nota estuvo relacionada a la admiración por Winnie Mandela (política y trabajadora social, esposa de Nelson Mandela), que en ese momento era la figura de combate y la voz en la lucha contra el Apartheid*.
De ahí a pensar en un proceso organizativo fue una deriva casi natural, porque teníamos ya la conciencia de activar los cambios. Entonces cofundamos la organización Mundo Afro. Colocamos el concepto del desarrollo y de colectivo negro, y el modo en el que la desigualdad y la exclusión intervienen en una perspectiva de desarrollo igualitario. Es en esa organización donde aparece el primer programa de mujeres negras en el marco de un programa de desarrollo.
¿Cuándo y cómo llegaste al feminismo?
Empieza con la mirada crítica sobre la realidad de las mujeres que heredé de mi mamá y de mi abuela. Mi abuela era una mujer muy empoderada, una madre soltera. Como se decía antes, una mujer con “mucho carácter”, que marcaba la cancha desde el vamos. Mi mamá no tanto, pertenecía a una generación en la que el machismo ya había penetrado en las formas matriarcales que históricamente tienen los colectivos de origen africano.
En los años 50, se dieron cambios en el colectivo que hicieron que los varones tomaran preponderancia, en el marco de una construcción fuertemente machista. Incluso mi padre era machista. De cualquier manera, anidaba en mi madre esa rebelión callada, que solo nos la trasladaba a nosotras.
Cuando ingreso a Mundo Afro, y de cierta manera se establece que sea yo la referencia para los temas de género, comienzo a “coquetear” con el feminismo. Yo era muy crítica, porque el feminismo no contemplaba las situaciones por las que atravesábamos las mujeres negras. Al mismo tiempo, tenía un padre machista, compañeros del movimiento que eran machistas, y no podía negar que había una realidad que estaba sobre la mesa y que impactaba en mi vida. Entonces empecé a profundizar conceptualmente en el machismo, y a construir una mirada de género y raza que, en el caso de Uruguay, no tenía antecedentes.
¿Cómo fue en tu vida la articulación entre las luchas afro y las luchas feministas?
Una tensión permanente. Gran parte del movimiento feminista uruguayo era incapaz de comprender nuestro enfoque como mujeres negras, sentían que dividíamos al movimiento feminista. Tenían una posición que, sí, se podría decir racista y maternalista. Nos decían cómo teníamos que hacer y cómo trabajar. En el imaginario, no nos veían como sujetas de derechos, sino en un lugar de subalternidad. Digamos, un lugar hegemónico para ellas y de subordinación para nosotras. Eso nos incomodaba mucho.
Entonces comenzamos a nutrirnos, a intercambiar con otras compañeras negras de América Latina, y a construir un movimiento de mujeres negras con un enfoque claramente feminista, partiendo desde nuestra realidad.
Contanos cómo fue que te sumaste al Consejo del Fondo de Mujeres del Sur
Tiene que ver con toda esta trayectoria que cuento, en la que fui encontrando aliadas, compañeras que tuvieron una escucha seria, responsable y respetuosa. En ese camino me encuentro con una mujer a la cual amo, y digo amo porque creo que es el término que provoca su capacidad, su don de gente, su coherencia entre pensar y hacer feminista y de clase. Esa mujer es Carmen Beramendi**. Yo siempre le digo a ella que es una expansionista, que abre permanentemente nuevos escenarios de lucha, y creo que en este caso lo hizo. Creo que el Fondo es un espacio con un claro sentido político, que trabaje para fortalecer los procesos de base es porque hay un foco político claro.
A Carmen la conozco por mi trabajo en el Instituto Nacional de las Mujeres, donde entré como asesora en temas étnicos raciales, y luego fui directora. Era el puesto de máxima jerarquía que había en Uruguay en los temas de género y fui la primera mujer negra en ocupar un lugar así en la historia de este país. Desde ese espacio, tuve muchas conversaciones con Carmen, que quedó muy impregnada por nuestros debates en relación a género y raza. Es a partir de ahí que me invita a ser parte de este espacio.
Estar en el Consejo del FMS se me plantea como un nuevo ángulo desde el que aportar. Digo ángulo porque así decimos las feministas negras, porque lo nuestro es un ángulo que puentea con otros, que tiene que puentear, porque así se tienden las alianzas.
¿Cuáles creés que son los desafíos y las oportunidades para los Fondos de Mujeres hoy? ¿Cuál es tu mirada particular sobre el FMS y qué procesos creés que tiene que apoyar, especialmente en Uruguay?
Yo creo que el FMS es un espacio de oportunidades. Como mujeres políticas que transitamos un proceso en espacios de incidencia, sabemos dónde hay vulnerabilidades y dónde hay que fortalecer. Lo entiendo como un espacio que trasciende la búsqueda de recursos, y que nos obliga a tener permanentemente un análisis de contexto en un marco político cambiante y de retroceso de derechos.
Es una oportunidad también en calidad del colectivo al que pertenezco, el de las mujeres afro, a cuyas organizaciones generalmente no llegan los recursos. Si pensamos en los recursos como herramientas para el desarrollo, para empoderar y multiplicar y generar acciones que mejoren nuestra calidad de vida, esa es una gran deuda.
Además, de acuerdo al proceso que vive el movimiento de mujeres negras de mí país, me importa mucho fortalecer aquellas organizaciones que técnicamente han podido desarrollarse un poco más. Es una forma de poder mantener el proceso del movimiento de manera autónoma. Porque, si no, en muchas ocasiones, nosotras somos objeto de políticas y fondos, pero después vienen los equipos técnicos, que por lo general no tienen enfoque étnico-racial, vienen con sus prácticas, sus formas y sus déficits de conocimiento, y con un racismo que todos y todas tenemos incorporado, nadie es ajeno a eso.
A mí me gusta mucho la idea de que los equipos también puedan ser de apoyo. Contribuir a fortalecer los equipos técnicos, de manera que realmente puedan apostar a fondos que empoderen, viabilicen e impulsen el desarrollo de un movimiento de mujeres afro en tanto autónomas, en tanto empoderadas, en tanto mujeres con capacidades. Queremos construir capacidades para poder avanzar sin estar bajo la tutela de nadie. Nosotras podemos trasladar el conocimiento, podemos generar una masa crítica de mujeres con una ideología que es antirracista, antisexista y en oposición a toda forma de discriminación.
Creo que abre campo para un trabajo con las mujeres afro y también para trabajar con otras mujeres. Me interesa mucho fortalecer los procesos de las mujeres trans de base, que están en una lucha muy importante. Las mujeres originarias, porque todavía muchas de nosotras no tendemos puentes hacia ellas. Nos tragamos el discurso de que en Uruguay no hay mujeres originarias, y existen y se organizan. Las mujeres rurales, las asalariadas, no asalariadas, las de la frontera.
Ese es mi lugar y mi visión, y es el aporte que puedo hacer como activista feminista afro, como mujer política, que ve más allá de su propia realidad y que no puede dejar de ver América Latina en su amplia extensión.
(*) Sistema de segregación racial de Sudáfrica. Si bien se desmanteló formalmente en 1992, se considera que su fin real comienza en 1994, año en que Nelson Mandela asumió la presidencia.
(**) Carmen Beramendi integra del Consejo Directivo del Fondo de Mujeres del Sur desde 2013.
Fotos: Andrés Cuenca.