La violencia de género es el resultado de una sociedad patriarcal estructurada sobre la base de profundas e históricas inequidades entre los géneros. Estas inequidades, sostenidas socialmente y transmitidas de generación en generación, constituyen una violencia instrumental, que habilita y perpetúa la dominación sobre los cuerpos de las mujeres y las sexualidades disidentes. ¿Por qué, en este contexto de pandemia, debemos poner nuevamente a la violencia de género en el centro de la discusión? Aquí algunas respuestas.
Por Marcela Frencia*
Como podía anticiparse, en el contexto producido por la covid-19 y las medidas de aislamiento social que han tomado los gobiernos para evitar su propagación, se han recrudecido las violencias machistas, fundamentalmente aquellas ocurridas en el ámbito doméstico. Esta situación ha provocado un lamentable y doloroso incremento de la cantidad de muertes de mujeres por razones de género (femicidios). Muertes que, sabemos, son evitables.
Según datos del Observatorio de las Violencias de Género Ahora que sí nos ven, desde el inicio de la cuarentena (20 de marzo) hasta el 24 de mayo, se contabilizaron en Argentina 55 femicidios, representando el único delito que aumentó. Es decir que las medidas de aislamiento aumentaron peligrosamente las inequidades de género y los riesgos para las mujeres y personas LBTIQ+.
Algunas de las razones de este aumento tienen que ver con la convivencia permanente y forzada de las mujeres y personas trans con quienes ejercen violencia, y con el incremento del estrés en los hogares, causado por la profundización de la crisis económica y social.
También, han aumentado las barreras para realizar las denuncias o pedir ayuda. Si bien nunca ha resultado sencillo realizar este tipo de denuncias, por razones múltiples como el miedo, la ausencia de redes, la situación económica o la existencia de personas a cargo (hijxs), el confinamiento obligatorio ha complicado aún más el panorama y ha sumado obstáculos.
No podemos esperar que la solución provenga de las víctimas, y pedirles que superen en soledad todos los obstáculos, para así evitar la situación de peligro en la que se encuentran. Como sociedad, tenemos que estar preparadxs para acompañarlas en este proceso. Es necesaria la existencia de redes de contención (parientes, amigxs, vecinxs, etc.), que se encuentren dispuestxs a acompañar, entendiendo el proceso individual y removiendo los estereotipos y discriminaciones de género que lo atraviesan.
En este sentido, en muchos países se registra un aumento de la cantidad de llamadas para pedir asesoramiento por parte de parientes, amigxs y vecinxs de la víctima. Según datos proporcionados el 4 de mayo por la vicepresidenta de Uruguay, Beatriz Argimón, en su país durante el tiempo de cuarentena se registró un aumento del 80 por ciento de llamadas para consultar por situaciones de violencia de género. A su vez, la directora de Instituto Nacional de las Mujeres (InMujeres) de Uruguay, Mónica Bottero, declara que, generalmente, llaman las mismas personas que están atravesando situaciones de violencia doméstica, o terceros que quieren saber cómo se puede ayudar a esa mujer y por dónde hay que empezar[1].
Pero, además de la exacerbación de las violencias en el ámbito doméstico, también se sumaron condiciones que aumentan los riesgos de sufrir otras violencias. Las calles semivacías aumentan la exposición de las de mujeres con permiso de salida a la violencia sexual callejera. La hiperconectividad a redes sociales incrementó el ciberacoso. Según un informe del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) en Argentina, durante esta cuarentena, la navegación web aumentó un 70 por ciento, mientras que la participación en las redes sociales se incrementó en un 61 por ciento sobre las tasas de uso normales. Como resultado del incremento del uso de las redes sociales, también se registró un aumento de las prácticas discriminatorias, especialmente a través de comentarios y de la difusión de “memes” estigmatizantes.[2]
Desde distintos organismos internacionales y esferas gubernamentales, se ve con preocupación la problemática y, en algunos casos, se disponen mecanismos y recursos para su urgente atención y contención.
Pero es muy importante destacar que son las organizaciones de mujeres quienes están jugando un papel fundamental, pudiendo difundir los programas estatales de atención a las distintas violencias y siendo las principales agentes con capacidad de detección de situaciones riesgosas y de acompañamiento en denuncias de los hechos de violencia. Es por eso que resulta imperioso fortalecer estas organizaciones, para que estén en condiciones de cumplir este rol y extender la contención y prevención de las violencias hacia múltiples territorios.
La punta del iceberg
Si bien estas situaciones son extremas, y producidas en un contexto “atípico”, no son nuevas y solo nos muestran la cara más cruda y grotesca de una sociedad patriarcal que se horroriza por los femicidios, pero no deja de dar soporte y permitir las condiciones para que sucedan. Si miramos bien, podemos encontrar que solo estamos observando la punta de un gran iceberg, en el que subyacen múltiples inequidades.
Las tareas de cuidado y reproducción de la vida cotidiana son un nudo fundamental de muchas desigualdades. Por ejemplo, son mayormente mujeres quienes se encuentran en las primeras líneas de cuidado sanitario frente a la enfermedad de la covid-19 (enfermeras, médicas, trabajadoras sociales, psicólogas, personal de limpieza en los hospitales, y un largo etcétera). Según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 70 por ciento del personal sociosanitario mundial es femenino. Sin embargo, señala el organismo, la mitad de la contribución de las mujeres a la salud mundial, que equivale a tres billones de dólares anuales, no se remunera. [3]
Por otra parte, con la suspensión de clases y el cierre de establecimientos educativos, las tareas domésticas y de cuidado de niñxs se multiplicaron y ocuparon a tiempo completo. Estas tareas, que han sido históricamente invisibilizadas y desvalorizadas, en contexto de confinamiento son prioritarias y están siendo absorbidas casi exclusivamente por las familias y, al interior de las mismas, por las mujeres.
Por último, es necesario pensar sobre la plena autonomía corporal de las mujeres y personas LBTIQ+, una materia pendiente que tenemos como sociedad. En este contexto de emergencia sanitaria, las barreras para acceder a la salud sexual y reproductiva se exacerban, poniendo en cuestión e incumpliendo derechos ya garantizados en los distintos ordenamientos jurídicos, con el consecuente riesgo y las violencias que eso acarrea para las mujeres, jóvenes, niñxs y personas LBTIQ+.
Teniendo en cuenta que el acceso a los métodos anticonceptivos no puede interrumpirse y la atención de prácticas de interrupciones legales del embarazo tiene plazos muy pautados, estos derechos son entendidos por la OMS como servicio esencial. Pero el real acceso se ve seriamente comprometido ya que, por un lado, gran parte del sistema sanitario se encuentra atendiendo a la emergencia provocada por la pandemia y, por otro, el tabú en torno al tema lo dificulta. “Más de 47 millones de personas con capacidad de gestar, de 114 países de ingresos bajos y medianos, podrían perder su acceso a anticonceptivos, provocando siete millones de embarazos no planeados en los próximos meses a nivel mundial si el aislamiento se prolonga 6 meses”[4], alerta un informe realizado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA por sus siglas en inglés).
Tal vez, este contexto que tanto nos desafía sea un buen momento para reflexionar. El movimiento feminista, representado por esa marea verde y violeta, le ha dado a nuestra sociedad importantes herramientas para mirar la realidad, visibilizar las desigualdades y exponer las relaciones de poder y dominación en torno a los géneros. Esto tal vez incomode, o genere resistencias para cuestionar privilegios. Pero estamos en circunstancias inéditas para sacar a la luz las obvias desigualdades y trabajar en la redistribución de las tareas domésticas y de cuidados, la formación de nuevas masculinidades, la deconstrucción de estereotipos de género, la profundización de la educación sexual integral y la conformación de relaciones más equitativas, desarmando lo que hoy nos duele para volver a armar algo nuevo, algo más justo para todos, todas y todes.
* Marcela Frencia es Coordinadora de los programas Redes y Alianzas Libres de Violencias – REDAL y Vivas nos Queremos.
[1]https://www.elobservador.com.uy/nota/llamadas-por-violencia-domestica-aumentaron-80-en-los-dos-meses-de-encierro-2020545051
[2]https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/informe_discriminacion_por_identidad_de_genero_durante_la_cuarentena.pdf
[3]https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/women-s-health
[4]https://www.unfpa.org/sites/default/files/resource-pdf/COVID-19_impact_brief_for_UNFPA_23_April_2020_ES.pdf